Porque cuando escribo mi alma sale corriendo. Es complicado pillarla y siempre huye de mí. Me gusta ver cómo corretea entre las sombras y luces de mi habitación. No tenía entendido que las almas supieran de física, pero mi alma agarra la cinta de la persiana, para luego dejarse caer con la gravedad y así dejar entrar la luz. Una luz que no escuece. Es una luz que te deja sin habla.
Estoy muy orgullosa de ella, no permite que las cosas me toquen rápido, sin cuidado. Ella procura envolver mi cuerpo en una especie de telilla rosa que solo veo yo. Me hace sentir como si estuviera envuelta en una toalla recién secada al sol, y siempre, siempre consigue que vea las cosas desde la perspectiva del más fuerte.
Mi alma cuenta cuentos de sentimientos. No sabe de hechos históricos o de países. Nunca se le dieron bien los datos. Siempre le gustaba mirar adentro, en los ojos de las personas. Quizá por eso imagina siempre historias de personas, de vidas, de pasiones.
La intensidad es su fuerte. En su escala de medición, el «absoluto» es cuando le hacen llorar. No soporta la negación de la emoción y muy de vez en cuando se hace la dura.
Os cuento que ahora está sentada frente a mi y me dice que lo mejor que puedo hacer es dejarla libre durante un ratito. No se portará mal. Me lo promete. Tan solo quiere ensancharse. Quién soy yo para negarme.
Aquí está ella. Os la presto durante una vida.